En la
pasada entrada repasé los antecedentes de la electroterapia, concretamente la electroanalgesia. Sin embargo, siempre necesitaba la presencia de un organismo vivo. Sería a mediados del siglo XVIII cuando se comenzarían a usar máquinas electrostáticas en la medicina para causar entumecimiento.
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Placa de Franklin (Ganot, A. (1887). Traité élémentaire de physique. Hachette.) |
Benjamin Franklin, aunque carecía de formación médica, usó una placa de cristal en un marco de madera y láminas de estaño a los lados como condensador para dar descargas eléctricas a sus pacientes. Para cargarlo debía situarse una lámina de estaño junto a un generador electrostático, mientras la lámina opuesta se conectaba con una cadena a la tierra. Consideró que con esto podría tratar la parálisis, la epilepsia y la parálisis agitante o enfermedad de Parkinson. Experimentó con su esposa y otros pacientes, pero sus efectos no se mantenían. En 1757 ya reconocía que no le serviría para la parálisis, pero sí confiaba en su uso para el tratamiento de la histeria y la melancolía.
Muchos sacerdotes usaban una botella de Leydon para tratar en casa a sus feligreses. El clérigo John Wesley, con quien se originó el metodismo, describió su éxito en 1759 al tratar un dolor reumático que diagnosticó como una angina de pecho. La tendencia a usar esta forma de electricidad por medio de dispositivos de fricción llevó al desarrollo de la máquina de Wimshurst. Sus usos médicos fueron variados, basándose en planteamientos acientíficos y provocando acusaciones de negligencia y charlatanería por afirmaciones exageradas entre los practicantes.
En 1791, el obstetra y anatomista Luigi Galvani concluyó en la Academia de Ciencias de Bolonia que la electricidad animal era la buscada "fuerza vital". Comenzó su trabajo estimulando los nervios y músculos de las ranas con cargas eléctricas en 1786. Por entonces, se creía que los animales creaban estas corrientes espontáneamente. Esta corriente fue llamada corriente galvánica.
Alessandro Volta de Padua inventó la pila voltaica y defendía que la electricidad tenía un origen electro-químico, oponiéndose en 1796 a Galvani. Ambos tenían su parte de razón. La electricidad podía generarse químicamente, pero a su vez una fuente externa de electricidad puede desencadenar un potencial de acción en un nervio que provoque una contracción muscular. En honor a Galvani, la aplicación de la corriente homónima para el tratamiento médico se llamó galvanismo. A comienzos del siglo XIX ya se usaba para tratar distintas patologías como la depresión grave, donde Giovanni Aldini, el sobrino de Galvani, aplicaba la corriente en la región parietal de la cabeza.
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"Baño eléctrico" llamado Franklinización, 1890-1907, Rusia |
En 1774, los misioneros jesuitas en China introdujeron en Francia la acupuntura. El compositor Hector Berlioz la revivió en 1811 y llamó la atención de Jean-Baptiste Sarlandière en 1823, quien dijo: "Todas las lesiones de movimiento deben tratarse con Franklinismo y todas las sensaciones deben tratarse con galvanismo". En 1825 usó agujas en vez de electrodos de superficie. Finalmente abandonó el Franklinismo y alabó la precisión del método con agujas por su precisión, efectividad y la capacidad de percibir fácilmente su efecto. Su práctica sería conocida como electroacupuntura. François Magendie, quien sentó las bases de la farmacología moderna, también probó la electroacupuntura. Compartió sus éxitos, aunque no sus fracasos y accidentes, mientras clavaba sus agujas de platino y acero conectadas a una batería en músculos, nervios e incluso el nervio óptico. Esto sentó las bases tanto para la electroestimulación como para el registro de cambios eléctricos en el cuerpo.
Sin embargo, el galvanismo o corriente continua no estaba exento de peligros. Los cambios producidos en la batería se reflejan en el tejido. P. Niemeyer describiría en 1859 como la corriente continua produce "un fuerte eritema y un aumento en volumen de las zonas subcutáneas, pero además, especialmente en el polo negativo, se desarrollan pápulas y parches de erupciones, cuya superficie está cubierta con un capa de piel". Durante la época victoriana, esto se aprovechaba para destruir tumores.
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Durante la época victoriana, charlatanes usaron "jaulas de auto-conducción" como esta con corrientes de alta frecuencia. Imagen de 1903. |
Para evitar este efecto electrolítico, se prefiere la corriente farádica o alterna para la electroestimulación. Esta le debe su nombre a Michael Faraday (1791-1867). Faraday no inventó la corriente alterna, pero estableció la posibilidad de provocar corrientes potentes de polaridad alternante usando una fuente de corriente continua relativamente débil. La bobina de inducción de Emil du Bois-Reymond (1818-1896) permitió regular la potencia de los impulsos eléctricos alternantes.
La ventaja de este dispositivo residía es su ancho del pulso de cada impulso menor a 1 msec, que era insuficiente para producir efectos electrolíticos destructivos y que además se revertían con cada cambio de polaridad, permitiendo la estimulación indefinidamente.
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Guillaume Benjamin Duchenne aplica los electrodos en las mejillas de la mujer para estimular los músculos faciales |
En 1857, el médico y profesor americano Oliver de Buffalo aplicó la corriente alterna en una zona de la pierna de un paciente que iba a operar, disponiendo durante cinco minutos la intensidad de corriente necesaria para producir una contracción muscular. Pudo desbridar la úlcera sin dolor y disminuyó la sensación de calor cuando vertió agua hirviendo.
En 1858, el médico Francis de Filadelfia extrajo 164 dientes con un polo del circuito secundario sujeto por el paciente y otro en el fórceps dental. Este grupo expresó menos dolor que aquel cuyo circuito primario estaba apagado. Aunque no pudieron replicar sus resultados, su técnica se extendió ampliamente.
Aunque actualmente conocemos la importancia de regular la intensidad y frecuencia de los impulsos para reclutar a unas u otras fibras nerviosas, por entonces actuaban a ciegas con un equipo primitivo. Debido a la falta de conocimiento sobre los parámetros ideales de tratamiento, la dificultad y coste para obtener un equipo fiable y la ausencia de explicación para el funcionamiento de estos métodos, la popularidad y uso de la electroterapia sufrió altibajos. Por ejemplo, su efecto analgésico fue redescubierto en 1870 por Araya en Chile, aunque también investigó el efecto narcótico cuando los electrodos se situaban en el cuello o el cráneo.
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Entre finales del siglo XIX y principios del XX florecieron charlatanes como este, que trata la diabetes mellitus con un electrodo de vacío en 1922 |
Stephane Leduc desarrolló en 1902 esta electronarcosis utilizando una corriente con una frecuencia de 100 Hz sobre el cráneo de perros y conejos. Sin embargo, además del sueño y anestesia del cuerpo, era un método doloroso, siendo común la apnea, los paros cardíacos y las convulsiones. En humanos, informaban sentirse como una "pesadilla", siendo conscientes del dolor pero sin poder reaccionar.
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Hombre en una silla reclinable con electrodos conectados, Berlín, 1910 |
Los rusos fueron quienes continuaron con la estimulación craneal transcutánea por medio de la "interferencia", es decir, corrientes producidas por dos osciladores, una a 4200 Hz y otro a 4000 Hz con una frecuencia resultante de 200 Hz. Con estas frecuencias se pretendía penetrar más que con los electrodos de superficie. Estas corrientes interferenciales se usan también para la electroanalgesia en la fisioterapia.
Durante el siglo XX se solventaron los problemas mencionados tres párrafos atrás, por lo que su uso es más preciso, seguro y accesible. Actualmente la electroterapia es muy amplia, desde
el popular TENS a los ultrasonidos o microondas.
Fuentes
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