Malaria para tratar la neurosífilis


En la fase terciaria del sífilis, los síntomas y signos que habían permanecido latentes vuelven a aparecer. Cuando provoca daños neurológicos, produce la llamada neurosífilis. A principios del siglo XX, en una época en la que psiquiatría no estaba tan profundamente vinculada a la neurología, Julius Wagner-Jauregg (1857-1940) desarrollaría un tratamiento que aunaría ambas disciplinas y trataría esta patología, ganando el premio Nobel por ello.

Curación milagrosa de la psicosis


Mucho antes de desarrollar este tratamiento, Wagner-Jauregg trabajó en 1883 en un manicomio en Baja Austria. Allí observó el caso de una mujer con psicosis que, como le ocurrió al paciente de William Coley, sufrió de erisipelas con fiebres muy altas. Sorprendentemente, la psicosis desapareció con la fiebre. Este caso despertó su curiosidad y, tras años de investigación, publicó The effect of feverish disease on psychoses en 1887.

La psicosis es uno de los síntomas de la neurosífilis, junto con los delirios, la parálisis y la demencia. Aunque la neurosífilis y la paresia general del demente se han tratado como sinónimos, el segundo término se limita a la psicosis y no a otros signos como la ataxia o el daño en la médula espinal. Además, durante el siglo XIX aumentó la población de dementes en los manicomios, donde la mayoría sufrían neurosífilis. Para evitar su funesto final y la superpoblación de las instituciones, había interés en tratar la "enfermedad del siglo", que entonces aún se consideraba una patología psiquiátrica, aunque derivara de una infección.

Fiebre como tratamiento

Tanto Hipócrates y Galeno usaban la piroterapia, que implicaba la utilización de la fiebre como arma contra la enfermedad. Siglos después, Philippe Pinel (1745-1826) observó que algunos enfermos mejoraban cuando sufrían una fiebre provocada por otra patología. Esta observación

Por ello, como Hipócrates y Galeno, haría uso de la piroterapia, que empleaba la fiebre como arma contra la enfermedad. Entonces, el empleo de esta terapia venía apoyado por las observaciones de Philippe Pinel (1745-1826), para quien las enfermedades previas se solían curar cuando el paciente experimentaba patologías que produjera fiebre. Aunque numerosos estudios apoyaron esta afirmación, no sería hasta 1876 cuando el psiquiatra Alexander Rosenblum trataría a sus pacientes con malaria, fiebre tifoidea y reincidente, obteniendo un resultado favorable en 11 de sus 20 pacientes. Desgraciadamente, el creciente conservatismo en Rusia, Rosenblum tuvo que omitir la inducción de la fiebre en su correspondencia y en su artículo, que publicó en una revista poco conocida. No obstante, Wagner-Jauregg reconoció en 1935 la influencia de Rosenblum en su tratamiento.

A través de la literatura, donde se describía el empleo de fiebre tifoidea, erisipelas, exantema agudo o cólera como productores de fiebre, y de su experiencia personal, Wagner-Jauregg se convence en 1887 que las enfermedades infecciosas pueden curar las enfermedades mentales. No obstante, a pesar de su entusiasmo, sus estudios con la erisipelas no eran esperanzadores. Afortunadamente, cuando Robert Koch extrajo la tuberculina de la Mycobacterium tuberculosis, que entonces era la usada para tratar la tuberculosis, Wagner-Jauregg la usó para producir fiebre en dos pacientes, curándoles la psicosis. A pesar de ello, abandona la tuberculina porque se descubre que puede producir daños orgánicos y la muerte. Aún con ello, entre 1900 y 1901, reanuda sus experimentos con tuberculina en pacientes con paresia general del demente, donde había obtenido buenos resultados y donde el beneficio superaba el riesgo, pues la enfermedad los podía matar igualmente. Los resultados no solo fueron mejores en el grupo experimental, sino que observó que a mayor reacción, mayor beneficio.

Tras la Primera Guerra Mundial, Wagner-Jauregg aprovechó la oportunidad para curar la malaria en momento en el que la arsfenamina (Salvarsan) y el mercurio habían fracasado en tratar la paresia general del demente. Casualmente, el doctor Alfred Fuchs le preguntó si debía administrar quinina a un soldado con malaria terciaria. Wagner-Jauregg le pidió una muestra sanguínea y se la inyectó a nueve pacientes con neurosífilis. Seis de ellos se recuperaron, aunque cuatro sufrieron recaídas; uno murió y dos fueron enviados a un manicomio. La terapia implicaba 7 a 12 días de fiebre, tras los cuales se les administraba neoarsfenamina (neosalvarsan) y bifosfato de quinina, tratamientos selectivos para la sífilis y la malaria. Siguió experimentando con la sangre infectada de más soldados hasta que en 1921 publicó un artículo donde más de 200 pacientes habían sido tratados con malaria, recuperándose totalmente 50 para volver a hacer vida normal. Este tratamiento podía usarse ante de la aparición de la parálisis. Aunque no obtuvo una aprobación universal, obtuvo el premio Nobel de fisiología o medicina de 1927, probando ante el mundo que la psicosis podía tener una causa natural. El fin de esta terapia vendría la mano de Alexander FLeming, Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey, quienes ganarían el premio Nobel de fisiología o medicina en 1945 por descubrir la medicina y cómo producirla en masa. Este resultó un tratamiento más efectivo, ético y controlable

Fuente

  • Tsay, C. J. (2013). Julius Wagner-Jauregg and the legacy of malarial therapy for the treatment of general paresis of the insane. The Yale journal of biology and medicine, 86(2), 245.

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