El tratamiento que replicaba la remisión espontánea de los cánceres


Hay ocasiones excepcionales en las que el cáncer remite sin tratamiento o sin uno efectivo para este, desapareciendo parcial o totalmente. Este fenómeno se ha documentado desde 1742. En 1891, William Coley (1862-1936) del hospital oncológico de Nueva York se percató de la causa subyacente de estas remisiones y desarrolló un tratamiento en base a ello.

Una infección para combatir el cáncer


Todo comenzó con un paciente con un sarcoma en su mejilla izquierda. Entonces, el tratamiento era la cirugía pero, a pesar de eliminar dos veces el tejido tumoral, este volvía a aparecer con el mismo tamaño. La herida tampoco se cerraba y los injertos de piel fracasaron. Entonces, un mal cierre de la herida le provocó una erisipela causada por Streptococcus pyogenes, que produjo altas fiebres. Afortunadamente, el paciente sobrevivió a la infección, pero se observó algo extraordinario. Cada vez que le aumentaba la fiebre, la úlcera mejoraba y se reducía el tumor, hasta que desapareció. Siete años después, el paciente solo conservaba la cicatriz, sin rastro del tumor.

Coley relacionó la fiebre y la remisión tumoral, razonando que la propia actividad inmunitaria del paciente en respuesta a la infección podía ser una responsable. Para poner a prueba su hipótesis, infectó a 10 pacientes con erisipelas, pero los resultados fueron variados. Por una parte, era difícil de lo esperado provocar la infección. Por otra, aunque hubo quienes tuvieron una reacción tan imporante como la remisión tumoral, otros sucumbían a la infección. Por ello desarrolló una vacuna que sería conocida como las "toxinas de Coley", que incluía a la bacteria Grampositiva Streptococcus pyogenes y a la Gramnegativa Serratia marcescens, ya que los estudios decían entonces que la segunda aumentaba la virulencia de la primera. La probó con un hombre encamado por un sarcoma que le afectaba la pared abdominal, la pelvis y la vejiga. El tratamiento fue un éxito total y el paciente estaría libre del sarcoma hasta su muerte, 26 años después, cuando murió por un paro cardiaco.

Para Coley, era necesario simular una infección aguda con fiebre, inyectándose diariamente la vacuna durante dos meses en las zonas afectadas, con dosis crecientes atendiendo a la respuesta del paciente y para evitar la tolerancia. El tratamiento duraba seis meses, en los que la administración pasaba a ser semanal. Como observó Martha Tracy (1876-1942), la terapia resultaba más efectiva cuando se provocaba tanto una reacción local como sistémica. El estudio retrospectivo de sus pacientes le reveló a Coley que aquellos con una fiebre de 38-40ºC tenía una mayor supervivencia a los 5 años que aquellos con una temperatura menor o sin fiebre.

Un tratamiento abandonado

No obstante, este tratamiento se usó por última vez en China en la década de 1980 en un hombre con cáncer hepático términal en ambos lóbulos. Después de 68 inyecciones en 34 semanas, sus tumores cedieron completamente. A pesar del éxito de la terapia, hubo varias razones para su abandono. Por una parte, la infección inducida era incompatible con la asepsia quirúrgica. Por otra parte, la radioterapia y la quimioterapia podían estandarizarse con mayor facilidad. Además, los antibióticos y antipiréticos evitaron las infecciones posquirúrgicas, la fiebre y las molestias de la respuesta inmunológica. Por último, las regulaciones médicas industriales pusieron freno a su aplicación.

El problema actualmente es que la superviencia al cáncer se debe principalmente a su detección temprana y a que en las estadísticas de superviencia a los tres o cinco años se incluyen tanto a aquellos libre de la enfermedad como a los que estan en remisión y los que mantienen el tratamiento. Es decir, aunque la supervivencia es favorable, no todos llegan a desprenderse de la enfermedad. Además, están los propios riesgos, costes y dilemas de los tratamientos habituales: el riesgo de metástasis de la cirugía y las biopsias; la efectividad de la radioterapia, especialmente en cánceres extendidos; la reducción de los tumores que no siempre se relaciona con una mayor supervivencia en la quimioterapia, así como el efecto neocarcinógeno de algunos medicamentos, que provoca nuevos cánceres.

Este tratamiento despertaría una compleja serie de respuestas inmunes que evitarían que el organismo ignorase las células tumorales. De hecho, provocaría una respuesta opuesta a la inmunosupresión habitual en los tratamientos. Esta reacción iría en consonancia con las relaciones entre la exposición ambiental, las infecciones agudas pasadas o las vacunaciones que reducen el riesgo a padecer ciertos tipos de cánceres. De ello se extrae que la reducción de infecciones en las naciones desarrolladas es un factor en el aumento de neoplasias.

Fuentes

  • Jessy, T. (2011). Immunity over inability: The spontaneous regression of cancer. Journal of natural science, biology, and medicine, 2(1), 43.
  • Krone, B., Kölmel, K. F., & Grange, J. M. (2014). The biography of the immune system and the control of cancer: from St Peregrine to contemporary vaccination strategies. BMC cancer, 14(1), 1-13.

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