Las chicas que se volvieron verdes

El desvanecimiento de Pietro Longhi
En ciertas condiciones, la piel humana puede cambiar a tonos anormales, como el azul, pero también puede volverse verde sin necesidad de enfurecerse tras una dosis accidental de rayos gamma. Es la consecuencia de la clorosis, una enfermedad cuyo nombre se asocia actualmente más con las plantas. Por increíble que parezca, tampoco proporcionaba una fuerza sobrehumana, sino fatiga, anemia, amenorrea, falta de apetito y, paradójicamente, pica, es decir, la necesidad de consumir sustancias no nutritivas, como cera de los oídos. Era padecida principalmente por mujeres jóvenes, aunque había casos masculinos que eran tildados de afeminados.

Los inicios misteriosos

La clorosis fue descrita por J. Varandal en 1615, quien la bautizó a partir del griego χλωρός (chloros, "verde") por el tono de la piel de los pacientes. Debido a que la población más afectada eran las mujeres, tanto en adolescentes como adultas de aspecto débil, fue considerada una enfermedad histérica, agrupándola con la epilepsia, la manía, la paranoia, la melancolía como supuesta consecuencia del movimiento uterino por el cuerpo. Afortunadamente, el remedio recetado era bien sencillo: el matrimonio.

Reconociendo la fuerza revitalizadora del hierro que los griegos reconocían como propia de Ares, Sydenham recomendó acertadamente la administración de un tónico de este metal. Fue un hallazgo realmente importante, porque la presencia del hierro en la sangre no fue descubierta hasta 1713 gracias al trabajo de L. Lemery y F. Geoffroy. A comienzos del siglo siguiente ya era reconocida como una anemia microcítica, con glóbulos rojos más pequeños. En 1832 ya se publicaron un par de artículos donde se relacionaba la falta de hierro en la sangre de los afectados y el médico P. Blaud presentó pastillas de sulfato ferroso y carbonato potásico para su tratamiento, popularizándose, aunque el hierro era considerado como un fármaco paliativo. Esto era así porque se creía que el organismo animal era incapaz de aprovechar ni absorber las moléculas inorgánicas, que necesitaban de plantas con esta capacidad.
Gustav von Bunge
Gustav von Bunge

A pesar de ello, en la segunda mitad del siglo XIX la clorosis se hizo aún más común en Europa, aunque se cree que como un error de diagnóstico por el que muchas clorosis fueran realmente anemias secundarias asociadas con tuberculosis pulmonar, úlcera péptica u otras enfermedades crónicas. El médico francés Armand Trousseau ya las distinguía como clorosis falsas, que clasificaba como tuberculares o sifilíticas, en contraste con las clorosis verdaderas que clasificaba como un trastorno nervioso que inducía palpitaciones cardiacas, espasmos estomacales, intestinales y uterinos, así como la alteración hemática. Por sus extraños hábitos alimenticios, por los que se decía que preferían morir de hambre antes de tener hábitos alimenticios normales, rechazaba su condición de caquexia, es decir, la desnutrición. Esto iba en consonancia con la explicación de Gustav von Bunge al método de acción de las pastillas de Blaud von Bunge consideraba que la clorosis era un trastorno nervioso que afectaba el intestino, donde aumentaba la generación de ácido sulfhídrico que combinado con el hierro orgánico del alimento producía sulfuro ferroso incapaz de absorberse. La pastilla se combinaba con el ácido sulfhídrico, liberando hierro que podía absorberse para generar hemoglobina.
Joseph-Marie-Jules Parrot

El también médico francés Joseph-Marie-Jules Parrot intentó buscar la causa en los cambios fisiológicos que se producían en la maduración de las adolescentes, defendiéndola igualmente como un trastorno nervioso que afectaba al resto de sistemas. No obstante, Rudolph Virchow ya apuntaba al sistema circulatorio como causante del mal, específicamente una hipoplasia cardiaca y vascular, es decir, que no se habían desarrollado completamente. Andrew Clark lo defendió, pero lo consideró como una consecuencia de la debilidad de los glóbulos rojos asociado a la mala alimentación, ventilación, ejercicio, el exceso de trabajo (especialmente mental), la soledad, la decepción, la ausencia de divertimentos sanos, la impureza secreta y un trastorno neurológico y digestivo.
Carl von Noorden
Credit: Wellcome Images

Carl von Noorden discrepó con él al considerarla una enfermedad endógena de los órganos hematopoyéticos, es decir, formadores de sangre, debido a la pérdida o ausencia del estímulo químico originado en los genitales femeninos. Los tratamientos propuestos tenían como meta estimular a los órganos hematopoyéticos, pero eran tan variados como contradictorios: arsénico, hierro, sangría o hidroterapia. Ni von Noorden ni Clark probaron sus hipótesis, pero influyeron a generaciones posteriores.

Ralph Stockman demostró, contrario a lo que se creía, que el hierro inorgánico si era absorbido y que la dieta de las afectadas no cubría la demanda del crecimiento y la pérdida de sangre menstrual. Los trastornos alimenticios y la depresión simplemente empeoraban el cuadro. Demostró que el máximo consumo de hierro de estas pacientes no llegaba a la mitad del consumo mínimo de una persona sana. Sin embargo, sus conclusiones fueron ignoradas debido al prestigio de las ideas de von Noorden y von Bunge. Los científicos buscaban la causa del mal, no la ausencia de un bien, por lo que no localizaban el origen de la patología.

En las primeras décadas del siglo XX, la enfermedad comenzó a desaparecer y en la cuarta década lo hacía tanto de los libros de texto como de las consultas debido al mejor diagnóstico diferencial y a la profilaxis con preparados de hierro, además de las mejores condiciones de vida y educativas de las mujeres.

Fuente

  • Guggenheim, K. Y. (1995). Chlorosis: the rise and disappearance of a nutritional disease. The Journal of nutrition, 125(7), 1822-1825.

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