El picor y el dolor son percepciones poco entendidas. La presencia de uno y la ausencia de otro llevaron a una mujer a un acto inesperado: rascarse hasta perforarse el cráneo y alcanzar su cerebro.
Nadie habría sido capaz de adivinar lo que le deparaba la vida a esta mujer. Graduada en psicología en Boston College y casada a los 25 años, con dos hijos. Asentada en un hogar en la costa sur de Massachusetts y con un trabajo estable en el sector sanitario durante trece años, ascendiendo hasta convertirse en directora del programa para hombres que habían sufrido golpes graves en la cabeza. Sin embargo, las discusiones con su esposo terminaron en divorcio a los 32 años. Perdió a su familia y a sus hijos. A los años comenzó a beber y luego a salir con alguien, con quien también bebía y probó drogas cada vez más fuertes, finalizando con la heroína.
Cuando descubrió que había contraído el VIH a través de una aguja infectada, dejó el trabajo, perdió los derechos de visita de sus hijos y terminó desarrollando las complicaciones del virus, como ampollas en la frente y cuero cabelludo. A pesar de todo, pudo retomar el control de su vida, tratándose el VIH, deshaciéndose de las malas compañías y comenzando su rehabilitación a los 36. Durante dos años, podría parecer que las aguas habían vuelto a su cauce, pero entonces llegó el picor.
Tras un episodio de herpes, el aciclovir actuó como debía, pero la zona del cuero cabelludo perdió sensibilidad y el dolor fue sustituido por un picor constante. Permanecía en el lado derecho de su cabeza si importar cuánto se rascase. Hay múltiples causas para un picor: afecciones dermatológicas, infecciones bacterianas o fúngicas, cáncer cutáneo, psoriasis, caspa, sarna, piojos, daño solar o piel seca. Aunque algunas cremas y maquillajes pueden causarlo, los que usaba eran corrientes. Su piel no tenía ninguna alteración ni parásito, tan solo marcas de rascado. Las cremas tampoco servían. Por la noche podía rascarse dormida y manchar la funda de la almohada. Los análisis indicaban que el VIH estaba inactivo. Las radiografías y análisis de sangre eran normales. Así que se concluyó que la causa era psiquiátrica, como en la psicosis que se puede tener delirios cutáneos, en el estrés intenso u en otras experiencias emocionales. En su caso se sospechó de tricotilomanía, un tipo de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que hace irresistible tirarse del pelo.
Pero a pesar de todo, los antidepresivos para el TOC no eran efectivos en ella, y tampoco sentía necesidad de tirarse del pelo, solo rascarse. Aunque podía distraerse temporalmente, el picor no fluctuaba con su humor o estrés. Una mañana, despertada por su alarma, se notó un fluido verdoso en su cabeza. Apretándose con una gasa, fue directamente al médico. El médico observó la gasa, la herida y encendió una luz frente a los ojos de la mujer. Sin esperar, llamó a una ambulancia. Necesitaba entrar en quirófano inmediatamente: se había rascado a través del cráneo y alcanzado su cerebro.
El neurocirujano desbridó la herida que se había infectado. Un cirujano plástico injertó piel del muslo para cubrir la herida. A pesar de su resistencia a rascarse y las capas de gasas, una mañana se despertó viendo que se había quitado el injerto. Volvió al quirófano y le envolvieron las manos, pero seguía rascándose. Entonces seguían considerando que era un TOC, pero no reunía los signos de este ni tenía antecedentes familiares. Aún tenían en cuenta su depresión y su historial con las drogas. Le dieron fármacos que la dejaron somnolienta, pero aún así se hería.
Volvió a tener esperanzas cuando conoció a la neuróloga Anne Louise Oaklander, especializada en trastornos de las sensibilidad del sistema nervioso periférico, que le aseguró que no tenía TOC. Valoró como había perdido la ceja y la piel periférica a la herida no percibía la temperatura, el tacto ni los pinchazos. Aún así, seguía picando y este picor remitía cuando se tocaba o se rascaba la zona. Una inyección de unas gotas de anestésico detuvo instantánea y casi totalmente el picor. Sin embargo, era un tratamiento temporal, ya que volvía cuando el efecto del anestésico disminuía. Lo mismo con los parches anestésicos. Las biópsias de la piel mostraban que faltaban el 99% de las terminaciones nerviosas. Esto planteaba dos posibilidades: las fibras restantes eran las encargadas del picor, demasiado activas al no tener otra señal que compita con ellas; la otra posibilidad era que las fibras estuvieran muertas y el cerebro se hubiera vuelto "loco", manteniendo el circuito en solitario.
Sin embargo, si el segundo caso fuera cierto, el picor no debería remitir ni con el anestésico ni con el roce. Tampoco explicaría el picor. No obstante, a diferencia de los otros neurocirujanos, Oaklander creía que esta segunda teoría era la correcta. Los neurocirujanos decidieron que la opción a seguir sería cortar el nervio supraorbital, pero Oaklander consideraba que el daño sería peor. La paciente, desesperada, accedió. Aunque con parte de la frente insensible, el picor había desaparecido. Fue así durante varias semanas, hasta que volvió, pero ahora más extenso. Ni los medicamentos contra el dolor, psiquiátricos ni los anestésicos locales servían. Lo único que encontraron útil fue colocarle un casco de fútbol americano de esponja. Pasó dos años en una sala cerrada del hospital de rehabilitación porque era un peligro para sí misma. Además del casco, también llevó mitones blancos atados por sus muñecas con cinta quirúrgica.
Siete años después de ser dada de alta, con 48 años, vivía en un apartamento de tres habitaciones. La lesión cerebral la había dejado en silla de ruedas. Ha aprendido a convivir con el picor. Se corta las uñas y, si se rasca, se acaricia suavemente. Si no es suficiente, usa un cepillo de dientes suave o un paño de felpa enrollado. Un neurocirujano local le contó que la neurotomía no había sido lo suficientemente profunda, por lo que debería repetirse.
El picor no está limitado a las enfermedades cutáneas. El hipertiroidismo, la deficiencia de hierro, la hepatopatía y los cánceres como el linfoma de Hodkins pueden provocarlo. Algunos síndromes son muy específicos, como el prurito braquiorradial, un picor persistente de la zona lateral del brazo que empeora con la luz solar, síntoma de radiculopatía cervical. El prurito acuagénico es un intenso picor recurrente y difuso al mojarse, siendo un síntoma de la policitemia vera, en el que hay un aumento descontrolado de glóbulos rojos.
El picor está íntimamente ligado al rascado, pero este no siempre lo satisface. Incluso puede empeorarlo. Los científicos consideran que rascarse es un reflejo instintivo para deshacernos de insectos o pegajosas toxinas de plantas que nos pueden enfermar.
El funcionamiento del picor es desconocido. Durante mucho tiempo, se consideraba una forma débil de dolor. En 1987, el investigador alemán usó histamina, molécula implicada en el picor y la respuesta inflamatoria del sistema inmunitario, en la piel de voluntarios. Sin embargo, aunque al aumentar la dosis administrada lo hacía también el picor, no se convertía en dolor. Con ello concluyó que el dolor y el picor son sensaciones independientes.
A pesar de los conocimientos del circuito nervioso, tampoco se han encontrado nervios específicos para el picor. Unos investigadores suizos y alemanes insertaron finos filamentos metálicos en la piel de voluntarios pagados hasta recibir señales eléctricas de una sola fibra nerviosa. Se pasaron horas, según la tolerancia del sujeto, probando distintos estímulos en la piel de la zona para activar el nervio y qué sentía la persona. En los 53 voluntarios, encontraron mayormente fibras ya conocidas que responden a la temperatura, al toque suave o a la presión mecánica. En varias ocasiones, encontraron fibras nerviosas que no respondían a los estímulos, hasta que usaron histamina. Así, en 1997 anunciaron el descubrimiento de una fibra nerviosa específica para el picor. A diferencia de las fibras del dolor, que cubren un territorio de un milímetro, las del picor cubrían unos 7 centímetros y medio. Las velocidades de conducción también eran extremadamente lentas, explicando por qué el picor tarda tanto en aparecer y en desaparecer.
Otros investigadores siguieron esas fibras hasta la médula espinal y el cerebro. En la tomografía por emisión de positrones (PET) funcional, cuando se administró la histamina se vieron las respuestas en la corteza, la zona que gobierna las respuestas emocionales y las zonas límbicas y motoras que controlan los impulsos irresistibles. Las investigaciones revelaban que el picor estaba por tanto ligado al rascado, siendo estimulado química o mecánicamente. El picor activa niveles cerebrales superiores al de la médula espinal que despierta reflejos como alejar la mano del fuego. Rascarse disminuía la actividad en las zonas cerebrales asociadas con las sensaciones desagradables.
Aún hay más incógnitas al respecto. Una pluma puede hacer cosquillas o picar. Sin embargo, nos podemos provocar el picor pero no las cosquillas. Incluso pensándolo podemos comenzar a rascarnos. Se ha demostrado que, con tan solo ver cosas que pueden picar o incluso a alguien rascarse, podemos despertar esa sensación.
Las investigaciones permiten que se desarrolle nuestra comprensión sobre cómo funcionan nuestros sentidos. Clásicamente se pensaba que el estímulo provocaba una reacción en las terminaciones nerviosas que mandaban la señal al cerebro, que lo decodificaba. George Berkeley decía en Tratado concerniente a los principios del conocimiento humano (1710) que no conocemos el mundo de los objetos, sino solo las ideas mentales de los objetos. Nuestra concepción sobre las sensaciones no puede explicar cosas que parecen físicamente reales pero no lo son: sensaciones de picor que surgen solo de pensarlo, sueños que parecen reales, miembros fantasma en los amputados...
Si pudiéramos tomar la transmisión de información del nervio óptimo, no podríamos reconstruir la tridimensionalidad, distancia o detalles de la textura de lo que se ve, aunque nosotros las percibimos al instante. Si vemos a un perro corriendo detrás de una valla, solo vemos fragmentos del animal entre la madera, pero comprendemos y situamos al can. Si colocas a dos perros detrás de la valla, no consideras que se han convertido en uno.
Lógicamente, si la sensación visual fuera principalmente recibida y no construida en el cerebro, la mayoría de las fibras de la corteza visual primaria vendrían de la retina, pero estas solo forman el 20%. El 80% restante descienden desde regiones con funciones como la memoria. En los miembros fantasma también se suele considerar que se debe a terminaciones nerviosas inflamadas o deshilachadas en el muñón que envían señales aberrantes, pero cortarlos solo anulan la sensación temporalmente, como en el caso mencionado en la primera sección. Además, las sensaciones del miembro fantasma son demasiado complejas para ser explicadas por un nervio deshilachado: sensaciones de sudor, calor, textura y movimiento. Incluso en casos donde se nacen sin miembros pueden llegar a sentirlos. Esto no se limita a las amputaciones. En las mastectomías, una de las zonas que pueden percibirse más vívidas son los pezones. Cuando el dentista te pone un anestésico, tampoco sientes que desaparece el labio. Se siente más gordo, aunque veas en el espejo que siga igual.
Lo que se cree es que el cerebro "supone" lo que está pasando en el mundo exterior a través de sensaciones dispersas. Esta teoría es la que rige la terapia de la caja espejo, en la que se da un estímulo ilusorio (reflejo en el espejo) para alterar la percepción sobre el miembro fantasma. Se dice que así, quienes notaban que su miembro fantasma se encontraba en una posición dolorosa han podido moverlo. Con la práctica diaria durante varias semanas, la sensación del miembro fantasma desaparecería.
Ha habido casos puntuales donde esta práctica ha conseguido resultados donde otros tratamientos han fracasado. Actualmente, las conclusiones sobre su uso son diversas, incluso contradictorias, no considerándose que haya pruebas suficientes para usarlo como primera opción para el tratamiento del miembro fantasma. Sin embargo, algunos estudios han informado de buenos resultados en la hemiparesia tras un ictus.
Fuente: Newyorker
Nadie habría sido capaz de adivinar lo que le deparaba la vida a esta mujer. Graduada en psicología en Boston College y casada a los 25 años, con dos hijos. Asentada en un hogar en la costa sur de Massachusetts y con un trabajo estable en el sector sanitario durante trece años, ascendiendo hasta convertirse en directora del programa para hombres que habían sufrido golpes graves en la cabeza. Sin embargo, las discusiones con su esposo terminaron en divorcio a los 32 años. Perdió a su familia y a sus hijos. A los años comenzó a beber y luego a salir con alguien, con quien también bebía y probó drogas cada vez más fuertes, finalizando con la heroína.
Cuando descubrió que había contraído el VIH a través de una aguja infectada, dejó el trabajo, perdió los derechos de visita de sus hijos y terminó desarrollando las complicaciones del virus, como ampollas en la frente y cuero cabelludo. A pesar de todo, pudo retomar el control de su vida, tratándose el VIH, deshaciéndose de las malas compañías y comenzando su rehabilitación a los 36. Durante dos años, podría parecer que las aguas habían vuelto a su cauce, pero entonces llegó el picor.
Tras un episodio de herpes, el aciclovir actuó como debía, pero la zona del cuero cabelludo perdió sensibilidad y el dolor fue sustituido por un picor constante. Permanecía en el lado derecho de su cabeza si importar cuánto se rascase. Hay múltiples causas para un picor: afecciones dermatológicas, infecciones bacterianas o fúngicas, cáncer cutáneo, psoriasis, caspa, sarna, piojos, daño solar o piel seca. Aunque algunas cremas y maquillajes pueden causarlo, los que usaba eran corrientes. Su piel no tenía ninguna alteración ni parásito, tan solo marcas de rascado. Las cremas tampoco servían. Por la noche podía rascarse dormida y manchar la funda de la almohada. Los análisis indicaban que el VIH estaba inactivo. Las radiografías y análisis de sangre eran normales. Así que se concluyó que la causa era psiquiátrica, como en la psicosis que se puede tener delirios cutáneos, en el estrés intenso u en otras experiencias emocionales. En su caso se sospechó de tricotilomanía, un tipo de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que hace irresistible tirarse del pelo.
Divina comedia. Infierno. Canto XXIX. Estrofa 12. |
El neurocirujano desbridó la herida que se había infectado. Un cirujano plástico injertó piel del muslo para cubrir la herida. A pesar de su resistencia a rascarse y las capas de gasas, una mañana se despertó viendo que se había quitado el injerto. Volvió al quirófano y le envolvieron las manos, pero seguía rascándose. Entonces seguían considerando que era un TOC, pero no reunía los signos de este ni tenía antecedentes familiares. Aún tenían en cuenta su depresión y su historial con las drogas. Le dieron fármacos que la dejaron somnolienta, pero aún así se hería.
Volvió a tener esperanzas cuando conoció a la neuróloga Anne Louise Oaklander, especializada en trastornos de las sensibilidad del sistema nervioso periférico, que le aseguró que no tenía TOC. Valoró como había perdido la ceja y la piel periférica a la herida no percibía la temperatura, el tacto ni los pinchazos. Aún así, seguía picando y este picor remitía cuando se tocaba o se rascaba la zona. Una inyección de unas gotas de anestésico detuvo instantánea y casi totalmente el picor. Sin embargo, era un tratamiento temporal, ya que volvía cuando el efecto del anestésico disminuía. Lo mismo con los parches anestésicos. Las biópsias de la piel mostraban que faltaban el 99% de las terminaciones nerviosas. Esto planteaba dos posibilidades: las fibras restantes eran las encargadas del picor, demasiado activas al no tener otra señal que compita con ellas; la otra posibilidad era que las fibras estuvieran muertas y el cerebro se hubiera vuelto "loco", manteniendo el circuito en solitario.
Sin embargo, si el segundo caso fuera cierto, el picor no debería remitir ni con el anestésico ni con el roce. Tampoco explicaría el picor. No obstante, a diferencia de los otros neurocirujanos, Oaklander creía que esta segunda teoría era la correcta. Los neurocirujanos decidieron que la opción a seguir sería cortar el nervio supraorbital, pero Oaklander consideraba que el daño sería peor. La paciente, desesperada, accedió. Aunque con parte de la frente insensible, el picor había desaparecido. Fue así durante varias semanas, hasta que volvió, pero ahora más extenso. Ni los medicamentos contra el dolor, psiquiátricos ni los anestésicos locales servían. Lo único que encontraron útil fue colocarle un casco de fútbol americano de esponja. Pasó dos años en una sala cerrada del hospital de rehabilitación porque era un peligro para sí misma. Además del casco, también llevó mitones blancos atados por sus muñecas con cinta quirúrgica.
Siete años después de ser dada de alta, con 48 años, vivía en un apartamento de tres habitaciones. La lesión cerebral la había dejado en silla de ruedas. Ha aprendido a convivir con el picor. Se corta las uñas y, si se rasca, se acaricia suavemente. Si no es suficiente, usa un cepillo de dientes suave o un paño de felpa enrollado. Un neurocirujano local le contó que la neurotomía no había sido lo suficientemente profunda, por lo que debería repetirse.
Conocimientos sobre el dolor, picor y el sistema nervioso
“Scratch” por Erich Ferdinand licenciado bajo CC BY 2.0 |
El picor está íntimamente ligado al rascado, pero este no siempre lo satisface. Incluso puede empeorarlo. Los científicos consideran que rascarse es un reflejo instintivo para deshacernos de insectos o pegajosas toxinas de plantas que nos pueden enfermar.
El funcionamiento del picor es desconocido. Durante mucho tiempo, se consideraba una forma débil de dolor. En 1987, el investigador alemán usó histamina, molécula implicada en el picor y la respuesta inflamatoria del sistema inmunitario, en la piel de voluntarios. Sin embargo, aunque al aumentar la dosis administrada lo hacía también el picor, no se convertía en dolor. Con ello concluyó que el dolor y el picor son sensaciones independientes.
A pesar de los conocimientos del circuito nervioso, tampoco se han encontrado nervios específicos para el picor. Unos investigadores suizos y alemanes insertaron finos filamentos metálicos en la piel de voluntarios pagados hasta recibir señales eléctricas de una sola fibra nerviosa. Se pasaron horas, según la tolerancia del sujeto, probando distintos estímulos en la piel de la zona para activar el nervio y qué sentía la persona. En los 53 voluntarios, encontraron mayormente fibras ya conocidas que responden a la temperatura, al toque suave o a la presión mecánica. En varias ocasiones, encontraron fibras nerviosas que no respondían a los estímulos, hasta que usaron histamina. Así, en 1997 anunciaron el descubrimiento de una fibra nerviosa específica para el picor. A diferencia de las fibras del dolor, que cubren un territorio de un milímetro, las del picor cubrían unos 7 centímetros y medio. Las velocidades de conducción también eran extremadamente lentas, explicando por qué el picor tarda tanto en aparecer y en desaparecer.
Otros investigadores siguieron esas fibras hasta la médula espinal y el cerebro. En la tomografía por emisión de positrones (PET) funcional, cuando se administró la histamina se vieron las respuestas en la corteza, la zona que gobierna las respuestas emocionales y las zonas límbicas y motoras que controlan los impulsos irresistibles. Las investigaciones revelaban que el picor estaba por tanto ligado al rascado, siendo estimulado química o mecánicamente. El picor activa niveles cerebrales superiores al de la médula espinal que despierta reflejos como alejar la mano del fuego. Rascarse disminuía la actividad en las zonas cerebrales asociadas con las sensaciones desagradables.
Aún hay más incógnitas al respecto. Una pluma puede hacer cosquillas o picar. Sin embargo, nos podemos provocar el picor pero no las cosquillas. Incluso pensándolo podemos comenzar a rascarnos. Se ha demostrado que, con tan solo ver cosas que pueden picar o incluso a alguien rascarse, podemos despertar esa sensación.
Las investigaciones permiten que se desarrolle nuestra comprensión sobre cómo funcionan nuestros sentidos. Clásicamente se pensaba que el estímulo provocaba una reacción en las terminaciones nerviosas que mandaban la señal al cerebro, que lo decodificaba. George Berkeley decía en Tratado concerniente a los principios del conocimiento humano (1710) que no conocemos el mundo de los objetos, sino solo las ideas mentales de los objetos. Nuestra concepción sobre las sensaciones no puede explicar cosas que parecen físicamente reales pero no lo son: sensaciones de picor que surgen solo de pensarlo, sueños que parecen reales, miembros fantasma en los amputados...
Si pudiéramos tomar la transmisión de información del nervio óptimo, no podríamos reconstruir la tridimensionalidad, distancia o detalles de la textura de lo que se ve, aunque nosotros las percibimos al instante. Si vemos a un perro corriendo detrás de una valla, solo vemos fragmentos del animal entre la madera, pero comprendemos y situamos al can. Si colocas a dos perros detrás de la valla, no consideras que se han convertido en uno.
Lógicamente, si la sensación visual fuera principalmente recibida y no construida en el cerebro, la mayoría de las fibras de la corteza visual primaria vendrían de la retina, pero estas solo forman el 20%. El 80% restante descienden desde regiones con funciones como la memoria. En los miembros fantasma también se suele considerar que se debe a terminaciones nerviosas inflamadas o deshilachadas en el muñón que envían señales aberrantes, pero cortarlos solo anulan la sensación temporalmente, como en el caso mencionado en la primera sección. Además, las sensaciones del miembro fantasma son demasiado complejas para ser explicadas por un nervio deshilachado: sensaciones de sudor, calor, textura y movimiento. Incluso en casos donde se nacen sin miembros pueden llegar a sentirlos. Esto no se limita a las amputaciones. En las mastectomías, una de las zonas que pueden percibirse más vívidas son los pezones. Cuando el dentista te pone un anestésico, tampoco sientes que desaparece el labio. Se siente más gordo, aunque veas en el espejo que siga igual.
Lo que se cree es que el cerebro "supone" lo que está pasando en el mundo exterior a través de sensaciones dispersas. Esta teoría es la que rige la terapia de la caja espejo, en la que se da un estímulo ilusorio (reflejo en el espejo) para alterar la percepción sobre el miembro fantasma. Se dice que así, quienes notaban que su miembro fantasma se encontraba en una posición dolorosa han podido moverlo. Con la práctica diaria durante varias semanas, la sensación del miembro fantasma desaparecería.
Fuente: Newyorker
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